UNA
TEORÍA DE LA ENFERMEDAD
Artículo
extraído de la obra “El Proceso Grupal, del psicoanálisis a la psicología
social”
De
Enrique Pichon-Rivière - Ediciones Nueva Visión
L
|
a
observación e indagación de los aspectos fenoménicos de la enfermedad mental o
conducta desviada, inherentes a la tarea psiquiátrica, permiten a partir del
descubrimiento de elementos genéticos, evolutivos y estructurales alcanzar una
comprensión de la conducta humana como una totalidad en evolución dialéctica. Es decir, que tras los signos de una conducta
“anormal”, “desviada”, “enferma”, subyace una situación de conflicto de la que
la enfermedad emerge como intento fallido de resolución.
Desde un enfoque totalizador definimos la conducta como
estructura, como sistema dialéctico y significativo en permanente interacción,
intentando resolver desde esa perspectiva las antinomias mente-cuerpo,
individuo-sociedad, organismo-medio (Lagache).
La inclusión de la dialéctica nos conduce a ampliar la definición de
conducta, entendiéndola no sólo como estructura, sino como estructurante, como
unidad múltiple o sistema de interacción, introduciéndose la noción de
modificación mutua, de interrelación intrasistémica (el mundo interno del
sujeto) e intersistémica (relación del mundo interno del sujeto con el mundo
externo). Entendemos por relación intrasistémica aquella que se da en el ámbito
del yo del sujeto, en el que los objetos y los vínculos internalizados
configuran un mundo interno, una dimensión intrasubjetiva en la cual
interactúan configurando un mundo interno.
Este sistema no es cerrado, sino que por mecanismos de proyección e
introyección se relaciona con el mundo exterior. A esta forma de relación la denominamos intersistémica. En este sentido hablamos de la resolución de
antinomias que han obstaculizado, como situaciones dilemáticas, el desarrollo
de la reflexión psicológica en el contexto de las ciencias del hombre.
Desde la vertiente de la psiquiatría
hablamos de conducta normal y patológica, incluyendo así otro par conceptual:
salud y enfermedad, al que definimos como adaptación activa o pasiva a la
realidad. Con el término adaptación nos referimos a la adecuación o inadecuación, coherencia o incoherencia, de la
respuesta a las exigencias del medio, a la conexión operativa e inoperante del
sujeto con la realidad. Es decir, que los criterios de salud y enfermedad, de
normalidad y anormalidad, no son absolutos sino situacionales y relativos. Definida la conducta, a partir del
estructuralismo genético[1], como un
“intento de respuesta coherente y significativa”, podemos enunciar el postulado
básico de nuestra teoría de la enfermedad mental: toda respuesta “inadecuada”,
toda conducta “desviada” es la resultante de una lectura distorsionada o
empobrecida de la realidad. Es decir, la
enfermedad implica una perturbación del proceso de aprendizaje de la realidad,
un déficit en el circuito de la comunicación, procesos éstos (aprendizaje y
comunicación) que se realimentan mutuamente.
Desde este punto de vista entendemos que el
sujeto es sano en la medida en que aprehende la realidad en una perspectiva
integradora, en sucesivas tentativas de totalización, y tiene capacidad para
transformarla modificándose, a su vez, él mismo. El sujeto es sano en la medida en que
mantiene un interjuego dialéctico en el medio y no una relación pasiva, rígida
y estereotipada. La salud mental
consiste, como lo hemos dicho, en un aprendizaje de la realidad a través del
enfrentamiento, manejo y solución integradora de los conflictos. Podemos decir
también que consiste en una relación, o mejor dicho en una aptitud
sintetizadora y totalizante, en la resolución de las antinomias que surgen en
su relación con la realidad.
Hemos definido la estructura como unidad
múltiple, como sistema; esto nos remite a la enunciación de los principios que
rigen la configuración de esa estructura, ya sea patológica o normal. Estos principios son:
Ø Principio de
policausalidad
Ø Principio de
pluralidad fenoménica
Ø Principio de
continuidad genética y funcional
Ø Principio de
movilidad de las estructuras
Agregamos a esto tres nociones que nos permitirán comprender la
configuración de una estructura. Son las
de rol, vínculo y portavoz.
1) Principio de policausalidad
Ya en el campo específico de la conducta
desviada, podemos decir que en la génesis de las neurosis y psicosis nos
encontramos con una pluralidad causal, una ecuación etiológica compuesta por
varios elementos que se van articulando sucesiva y evolutivamente, a los que
Freud llamó series complementarias. En
este proceso dinámico y configuracional interviene en primer término el factor
constitucional. En este factor,
enunciado por Freud, distingo: a)
elementos genéticos, hereditarios, lo genotípico, o genético en sentido
estricto y b) lo fenotípico, es
decir aquellos elementos resultantes del contexto social que se manifiestan en
un código biológico. Queremos decir que
el feto sufre la influencia del medio social aun en el aparente resguardo de su
vida intrauterina, por medio de las modificaciones del medio materno. A través de esas modificaciones impactan el
desarrollo del feto las distintas alternativas de la relación de sus padres, la
presencia o ausencia del padre, los conflictos del grupo familiar, sus
vicisitudes de orden económico, situaciones de peligro individual o social,
etcétera. Todo esto causa un monto de
ansiedad en la madre que se traduce en el feto en alteraciones metabólicas,
sanguíneas, etcétera. Así, lo fenotípico
y lo genotípico se articulan en la vida intrauterina para la estructuración del
factor constitucional.
Una vez nacido el niño, el factor
constitucional interactúa con el impacto de la presencia del niño en el grupo
familiar, las características que con dicha presencia adquiere la constelación
familiar, los vínculos positivos o negativos que en esa situación triangular
(padre-madre-hijo) se establecen. Estas
primeras vivencias y experiencias se articulan con lo constitucional, lo que
Freud denominó factor disposicional.
Desde el nacimiento y durante el proceso del desarrollo, el niño
padece en su relación con el medio permanentes exigencias de adaptación. Se dan situaciones de conflicto entre sus
necesidades y tendencias y las exigencias del medio. Surge así la angustia como señal de alarma
ante el peligro que engendra la situación conflictiva. Si esa situación es elaborada, es decir, si
el conflicto se resuelve en una solución integradora, el proceso de aprendizaje
de la realidad continúa su desarrollo normal.
Pero si el sujeto no puede elaborar su angustia ante el conflicto, y la
controla y reprime por medio de técnicas defensivas, que por su rigidez tendrán
el carácter de mecanismos de defensa estereotipados, el conflicto no se liquida
sino que se elude y queda en forma latente como punto disposicional, con un
estancamiento de los procesos de aprendizaje y comunicación (lo que Freud
denominó de fijación de la libido).
Un factor actual o desencadenante, y con
esto aludimos a un determinado monto de privación, una pérdida, una frustración
o sufrimiento, determinará una inhibición del aprendizaje y las consecuentes
regresión al punto disposicional y recurrencia a las técnicas de control de la
angustia (posición patoplástica o instrumental), por medio de las cuales el
sujeto intentará desprenderse de la situación de sufrimiento.
Queremos decir que el sujeto, por una
pérdida real o fantaseada de un vínculo, por una amenaza de frustración o
sufrimiento, se inhibe y detiene parcialmente su proceso de apropiación o
aprendizaje de la realidad. Detiene
parcialmente su progreso y recurre a mecanismos en ese momento operativos, aun
cuando no lo son totalmente, ya que el conflicto no está resuelto sino
eludido. Esto configurará una pauta de
reacción que si se estereotipa da lugar a un punto de fijación. El grado de inadecuación del mecanismo
arcaico (que en el momento del desarrollo al que se regresa resultó operativo)
y la intensidad de la estereotipia de su empleo nos dará un índice del grado de
desviación de las normas que padece el sujeto y de las características de su
adaptación (activa o pasiva) a la realidad.
Por todo esto, podemos decir con Freud: "Cada sujeto hace la
neurosis que puede y no la que quiere."
La neurosis o psicosis se desencadena cuando el factor
disposicional se conjuga con el conflicto actual. Cuando el monto de lo disposicional es muy
elevado, un conflicto actual, por escasa que sea su intensidad, es suficiente
para desencadenar la enfermedad. Por eso
hablamos de la complementariedad de los factores intervinientes.
Nos interesa señalar que los conceptos de constitución y
disposición son de naturaleza psicobiológica.
Con eso queremos insistir en que la teoría psicoanalítica de las
neurosis y psicosis no postula, como equivocadamente se afirma en cierta
literatura psiquiátrica, la psicogenésis de las neurosis y psicosis, ya que
esto implicaría una parcialidad de la unidad psicofísica. Estos tres tipos de factores mencionados se
intrincan en la configuración de las neurosis y psicosis. La enunciación de esta ecuación etiológica
permite superar una concepción rnecanicista que establece una estéril antítesis
entre lo exógeno y lo endógeno. Freud
sostiene que la correlación entre lo endógeno y lo exógeno debe ser comprendida
como la complementariedad entre disposición y destino. Por nuestra parte queremos señalar que los
psiquiatras llamados "clásicos", al insistir en los factores
endógenos de causación, escotomizan entre otras cosas el monto de privación o
conflicto actual, que al hacer impacto en un umbral variable en cada sujeto
completa el aspecto pluridimensional de las neurosis y psicosis.
2) Principio de pluralidad fenoménica
Este principio se funda en la consideración
de tres dimensiones fenoménicas o áreas de expresión de la conducta. Cada área es el ámbito proyectivo en que el
sujeto ubica sus vínculos en un interjuego de mundo interno y contexto exterior
mediante procesos de internalización y externalización. En este interjuego el cuerpo resulta un área
intermedia e intermediaria. Cada una de
estas áreas -mente, cuerpo y mundo externo- tiene un código expresivo que le es
propio.
Por ser el hombre una totalidad-totalizante (Sartre), su
conducta comprometerá siempre, aunque en grados diferentes, las tres áreas de
expresión. Hablamos de grados de
compromiso de áreas en el sentido de que la depositación de los objetos con los
que el sujeto establece vínculos es situacionalmente más significativa en el
área que aparece como predominante. Por
la fantasía inconsciente, el self (representación del yo) organiza proyecciones
de objetos y vínculos en tres áreas a las que llamaremos dimensiones
proyectivas. Como consecuencia de esas
proyecciones el sujeto expresará fenoménicamente, a través de distintos signos,
en la mente, en el cuerpo y en el mundo sus relaciones vinculares. Es decir, que en este sistema de signos que
es la conducta, la aparición de signos en un ámbito determinado es un emergente
significativo que nos remite a las relaciones vinculares del sujeto, a su
manera de percibir la realidad y a la modalidad particular de adaptarse a
ella. Es decir, a la modalidad
particular de resolver sus conflictos.
Estas modalidades configuran lo que llamaremos la estructura de carácter
del sujeto. La conducta es
significativa, es un sistema de signos en el que se articulan significantes y
significados, por lo cual se hace comprensible y modificable
terapéuticamente. Los aspectos
fenoménicos de la conducta, expresados en distintos ámbitos temporoespaciales,
son la resultante de la relación de sujeto, depositante, "lo
depositado", con su valencia positiva o negativa, y la ubicación de los
vínculos y objetos en un ámbito perceptual simbólico: el área. El
sujeto proyecta vínculos y objetos y actúa lo proyectado. Por eso, sólo la interacción dialéctica
del sujeto con el contexto permitirá una rectificación, una experiencia
discriminatoria y por ende correctora de su lectura de la realidad. El diagnóstico de la enfermedad se establece
en función del predominio de una de las áreas por una multiplicidad
sintomática, aunque el análisis estratigráfico nos muestra en cada situación el
compromiso y existencia de las tres áreas.
Queremos señalar sin embargo que la mente opera por el self a través de mecanismos de proyección
e introyección, como estrategia de esa ubicación, en los distintos ámbitos
proyectivos, de los vínculos buenos o malos en un clima de divalencia y con la
finalidad de preservar lo bueno y controlar lo malo. Por esa depositación es que las áreas
adquieren para el sujeto una significatividad particular en relación con la
valencia positiva o negativa de lo depositado.
En la divalencia, el yo, el objeto y el
vínculo -estructura esta última que incluye al yo, al objeto y a la relación
dialéctica entre ambos- están escindidos y la tarea defensiva consiste en
mantenerlos en esa escisión, ya que si lo bueno y lo malo se reunieran en el
mismo objeto, el sujeto caería en una depresión, con su secuela de dolor y
culpa, en una situación de ambivalencia.
El yo elaborará también una estrategia para reunir los aspectos buenos y
malos en un objeto (integración).
Postulamos
sobre la base de estos conceptos una nosografía
genética, estructural y funcional en términos de localización de los vínculos
(bueno y malo) en las tres áreas mente-cuerpo-mundo externo con todas las
variables que de esa ecuación puedan surgir.
Ejemplificando, podemos decir que el sujeto fóbico proyectará y
actuará el objeto bueno y el objeto malo en el área del mundo exterior. Por esa depositación se comportará
evitativamente, es decir, presentará conductas de fuga como frente a un ataque
exterior y sentirá, por ejemplo, angustia en los espacios cerrados
(claustrofobia) o en los espacios abiertos (agorafobia) en los que se siente a
merced del perseguidor.
En la esquizofrenia el objeto perseguidor
(vínculo malo) puede estar proyectado en el área tres (mundo externo) y el bueno
en el área de la mente, caracterizándose así la esquizofrenia paranoide con una
retracción de la realidad exterior y un encierro autístico y narcisista del
sujeto. En el alejamiento del mundo
externo, para evitar el objeto malo, se refuerza la privación que mencionamos
como factor desencadenante.
3) Principio de continuidad genética y
funcional
Con este principio postulamos la existencia de un núcleo
patogenético central de naturaleza depresiva del que todas la formas clínicas
resultarían tentativas de desprendimiento.
Estas tentativas se instrumentarían a través de las técnicas defensivas
características de la posición esquizo-paranoide descripta por Melanie Klein a
la que yo denomino patoplástica o instrumental.
Es decir, que podríamos hablar de una única enfermedad con un núcleo
patogenético depresivo y una instrumentación que tiene como mecanismo
central la escisión o splitting del
yo, del objeto y de los vínculos del yo con los objetos. A partir de esa escisión o splitting el sujeto recurre a las otras
técnicas de la posición esquizo-paranoide: la proyección (ubicación fuera del
sujeto de los objetos internos), la introyección (pasaje fantaseado al interior
del sujeto de los objetos externos y sus cualidades), el control omnipotente de
los objetos tanto internos como externos, la idealización, etc. La alternancia e intrincación de la posición
depresiva y la esquizo-paranoide configuran una continuidad subyacente a los
distintos aspectos fenoménicos característicos de los diversos cuadros clínicos.
Consideramos en la enfermedad mental una génesis y una secuencia vinculada a situaciones depresivas, de
pérdida, de privación, de dolor que son vividas como catástrofe interna en un
clima de ambivalencia y culpa en el que el sujeto padece por sentir que odia y
ama simultáneamente al mismo objeto, a la vez que es también amado y odiado por
ese objeto. Es decir, que en la relación
con ese objeto pueden existir experiencias gratificantes (vínculo bueno) o
frustrantes (vínculo malo).
Estas pautas tienen su antecedente en dos
situaciones incluidas en el desarrollo infantil normal. Con el nacimiento el niño sufre la primera
pérdida de la relación simbiótica con su madre (pérdida del seno materno) y
queda librado a las exigencias del medio externo en un estado de dependencia
total. En esta situación, en la que
vivirá experiencias gratificantes surgidas de la satisfacción de deseos y
necesidades y experiencias frustrantes, estructurará sus vínculos positivos y
negativos de acuerdo con la cualidad de la experiencia en cuya configuración
intervienen ya fantasías inconscientes.
En ese estadio de su desarrollo que abarca
los seis primeros meses de vida, el sujeto recurre por primera vez, y con la
finalidad de ordenar su universo para lograr una discriminación de sus
emociones y percepciones, al ya mencionado mecanismo de escisión;
relacionándose así, a partir del splitting, con lo que vivencia
como dos objetos, uno totalmente bueno, gratificante, al que ama y por el que
es amado, y otro totalmente malo, frustrante, peligroso y persecutorio, al que
odia y por el que se siente odiado. Esta
escisión y relación del yo con dos objetos de valencias opuestas se denomina divalencia y es
característica de la posición esquizo-paranoide.
La
ansiedad dominante en esta situación es la ansiedad paranoide o miedo al ataque
del perseguidor que es tanto mayor cuanto mayor haya sido el monto de
hostilidad de la que el sujeto se ha librado proyectándola en el objeto interno
y frustrante.
Con el proceso fisiológico de maduración y
el manejo operativo de las ansiedades, el yo del niño logra una mayor
integración entrando así en una nueva fase a la que M. Klein denominó posición
depresiva del desarrollo (entre los 6 meses y el año de vida). Hay un proceso de cambio con una organización
integrativa de las percepciones. El
sujeto reconoce el objeto total. No lo
escinde, no lo divide, se relaciona con él como totalidad. Esto se da cuando el niño comienza a
reconocer a su madre no en forma parcial (pecho, voz, calor, olor) sino como
totalidad. Por el desarrollo de la
memoria y de la capacidad integrativa establece con el objeto vínculos a 4
vías, es decir, que ama y se siente amado y odia y se siente odiado por el
mismo objeto, en el que descubre reunidas posibilidades de gratificación y
frustración. De la misma manera reconoce dentro de sí sentimientos de amor y
gratitud coexistiendo con hostilidad y agresión. Esto provoca el sentimiento de ambivalencia
con el temor a la pérdida del objeto amado y sentimiento de culpa por miedo a
que los impulsos hostiles puedan dañar a dicho objeto.
La ambivalencia paraliza al sujeto que
tiene en ese momento como único recurso defensivo la inhibición que lo
conducirá a la regresión y disociación.
Todo esto configurará una pauta estereotipada de reacción que emerge (a
la que se regresa) en el proceso del enfermar a partir del conflicto actual o
desencadenante.
Así, ante la situación de sufrimiento,
característica de la depresión, surge la posibilidad de una nueva regresión a
otra posición anterior operativa o instrumental que permite el control de la
ansiedad. El sujeto sale de la
inhibición y del conflicto de ambivalencia por una nueva disociación y la
ansiedad paranoide (miedo al ataque) reemplaza a la culpa (miedo a la pérdida).
Las neurosis son técnicas defensivas contra
las ansiedades básicas. Dichas técnicas
son las más logradas y cercanas a lo normal y si bien resultan intentos
fallidos de adaptación se encuentran más alejadas de la situación depresiva
patogenética. Las psicosis son también
intentos de manejo de las ansiedades básicas pero menos exitosas que las
neurosis, es decir, con un mayor grado de desviación de la norma de salud. Lo mismo sucede en las psicopatías cuyo
mecanismo prevalente es el de la delegación.
Dentro de las psicopatías, las perversiones se manifiestan como formas
complejas de elaboración de las ansiedades básicas y su mecanismo general se
centra alrededor del apaciguamiento del perseguidor (objeto malo). El crimen (también incluido en este cuadro)
constituye la tentativa de aniquilar la fuente de ansiedad proyectada en el
mundo externo. Cuando esta fuente es
ubicada en el propio sujeto se configura la conducta suicida.
El fracaso de la elaboración del
sufrimiento de la posición depresiva acarrea en forma inevitable el predominio
de defensas que implican el bloqueo de las emociones y de la actividad de la
fantasía. Estas defensas estereotipadas
impiden sobre todo cierto grado de autoconocimiento o insight necesario para una
adaptación positiva a la realidad. Es
decir, que el bloqueo del afecto, de la fantasía y del pensamiento que se
observa en los distintos cuadros clínicos determina una conexión empobrecida
con la realidad y una dificultad real de modificarla y de modificarse a sí
mismo en ese interjuego dialéctico que es para nosotros un criterio de salud.
En cuanto a la situación depresiva, tomada
como hilo conductor a través del proceso del enfermar y del proceso
terapéutico, consideramos la existencia de cinco formas características a las
que denominamos: a) protodepresión, surgida de la pérdida que el niño
vivencia al abandonar el claustro materno; b) posición depresiva del
desarrollo, señalada por la situación de duelo o pérdida (destete),
conflicto de ambivalencia por una integración del yo y del objeto, culpa y
tentativas de elaboración; c) depresión de comienzo o desencadenante. Es el período prodrómico de toda enfermedad
mental y emerge ante una situación de frustración o pérdida; d) depresión
regresional, la que implica la regresión a los puntos disposicionales
anteriores, característicos de la posición depresiva infantil y su elaboración
fallida; e) depresión iatrógena, denominamos así a la que se produce
cuando en el proceso corrector se intenta la integración de las partes del yo
del paciente, es decir, cuando la tarea consiste en el pasaje de la
estereotipia de los mecanismos de la posición esquizo-paranoide a un momento depresivo en el que el
sujeto puede lograr una integración tanto del yo como del objeto y de la
estructura vincular que los incluye. Adquiere
así lo que llamamos insight o capacidad de
autognosis, lo que le permite elaborar un proyecto con la inclusión de la
muerte como situación propia y concreta.
Esto significa enfrentar los problemas existenciales y el logro de una
adaptación activa a la realidad con un estilo propio y una propia ideología de vida. Pero el momento depresivo de integración y la autognosis implica sufrimiento; por
eso dice Rickman que "no hay curación sin lágrimas", pero agregamos
que este sufrimiento es operativo.
La operación psicoterapéutica o proceso
corrector consiste en última instancia en un proceso de aprendizaje de la
realidad y de reparación de la red de comunicación disponible para el
sujeto. Es la confrontación que implica
la experiencia correctora cuando el sujeto puede integrarse, en una situación
de sufrimiento tolerable por la discriminación de los miedos básicos, lo que
determina un manejo más adecuado de las técnicas del yo en la tarea de preservación de lo bueno y
control de lo malo. ¿En qué consiste esa confrontación? En un proceso en el que el sujeto adjudicará
al terapeuta distintos roles según sus modelos internos (transferencia). En este proceso de adjudicación se hará
manifiesta su distorsión en la lectura de la realidad. Estos roles no serán actuados, sino
retraducidos (interpretados) en una conceptualización o hipótesis acerca del
acontecer inconsciente de su paciente.
La respuesta del sujeto será retomada en ese diálogo como emergente,
como signo que nos remite nuevamente a ese acontecer, que es el hilo que nos
permite comprender y cooperar con él en la
modificación de su percepción del mundo y las formas de su adaptación a la
realidad.
Hemos enunciado cuatro principios que rigen, a nuestro juicio,
la configuración de toda estructura patológica o normal. Me referiré ahora al mencionado en último
término.
4) Principio de movilidad de las estructuras
Manejar este concepto implica situarse ante
el paciente con un esquema referencial plástico, que permita comprender que las estructuras son instrumentales y
situacionales en cada aquí y ahora del proceso de interacción; que las
modalidades o técnicas del manejo de las ansiedades básicas, con su
localización de objetos y vínculos en las distintas áreas, son modificables
según los procesos de interacción en los cuales se compromete el sujeto. Esta afirmación tiene importantes
aplicaciones en lo que se refiere a la labor diagnóstica.
Retomando lo enunciado al referirnos al principio de pluralidad
fenoménica, podernos afirmar que un análisis secuencial de la sintomatología de
un paciente nos muestra que el sujeto, en diversas situaciones, presenta
distintas defensas, distintas técnicas de manejo de sus ansiedades, con una
variable ubicación de sus vínculos en las distintas áreas, en la permanente
tarea de preservar lo bueno y controlar lo malo. Como ya lo hemos dicho, existiría un único
núcleo patogenético, de naturaleza depresiva, y una instrumentación que tiene
como mecanismo central la escisión del yo, de los objetos y de los vínculos, y
que se complementa con el repertorio de técnicas defensivas de la posición
esquizo-paranoide. El hecho de que todos
los cuadros clínicos aparezcan desde esta perspectiva como tentativas de
desprendimiento de ese núcleo patogenético nos permite postular, teóricamente,
lo que resulta un dato de observación clínica: la movilidad de las estructuras
y su naturaleza situacional. Así como
por el análisis secuencial podemos advertir dicha movilidad, el análisis
estratigráfico nos revela el grado de compromiso de las áreas, o sea el monto y
calidad de la disposición que hace el sujeto en cada área. Tenemos así un área involucrada en primer
término por la multiplicidad sintomática, lo que orienta el diagnóstico
situacional y estructural, a la vez que podemos observar el grado de compromiso
(siempre en términos de depositación) de las otras dos áreas, lo que nos
permitirá establecer el pronóstico.
[1] Compartimos muchos de los conceptos fundamentales
sostenidos por esta corriente de pensamiento, particularmente la afirmación de
que "todo comportamiento tiene un carácter de estructura significativa” y
"que el estudio positivo de todo comportamiento humano reside en el
esfuerzo por hacer accesible esa significación". Nos atrae particularmente el enfoque
dialéctico de esta perspectiva para la que "las estructuras constitutivas
del comportamiento no son datos universales, sino hechos específicos nacidos de
una génesis pasada en situación de sufrir transformaciones que perfilan una
evolución futura.", (L. Goldmann, Genese
et Structure, Mouton, La Haya ,
1965.)
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