viernes, 28 de agosto de 2015

PICHON-RIVIERE LATINOAMERICANO

PICHON-RIVIERE LATINOAMERICANO
RONALDO WRIGHT
El libro “Pichon-Rivière como autor latinoamericano”, de Lugar Editorial, se encuentra en las librerías desde fines del año pasado. Fernando A. Fabris es el compilador de veinticinco (25) textos que analizan las relaciones concretas entre la obra del creador de la Psicología Social Argentina y la producción intelectual existente en América Latina. Entre sus autores se encuentran algunas de las figuras más relevantes de la salud psíquica y de la cultura de nuestra región. Aquí intentaremos recorrer algo de la historia de vida de este verdadero operador bisagra, a quien le cabe dicha metáfora toda vez que siempre combatió la estereotipia de un pensamiento único, desde un punto de vista dialéctico y uniendo fuentes diversas.
Pichon-Rivière no vivía pendiente de los discursos ajenos, aunque solía estar abierto a aquello que aportara a conceptualizar su praxis, abordada desde lo multidisciplinario y transcultural. Esa práctica —que devenía experiencia— no nació de la mano del poder central ni de los ejes dominantes, sino que tenía toda la potencia de los colectivos que habitan los bordes, lo disruptivo, lo que cuestiona lo instituido, pero sin perder nunca el núcleo de lo singular. Opuso firme resistencia a los colonizadores mentales, para así sugerirnos una teoría propositiva de la libertad y autonomía del individuo, recurriendo constantemente a la creatividad y considerando al arte como la herramienta que habilita el pasaje de lo siniestro a lo maravilloso.
Según el diccionario de psicoanálisis de Elizabeth Roudinesco y Michel Plon, Pichon es considerado el más grande analista argentino y uno de los principales pioneros en la historia de la psicología latinoamericana y del mundo. Se lo destaca por explicitar la hermandad entre terapias y artes, por el pasaje de las terapéuticas individuales a las grupales, por el tránsito de la terapia a la prevención y a la salud pública mental, por su integración transdisciplinaria concreta y por asociar la cogestión educador – educando en que todos somos ambos polos oscilantemente. De allí proviene su concepción del enseñaje, en el que el enseñar y el aprender están dialécticamente relacionados y funcionan como una alternancia de opuestos.
En su juventud Enrique Pichon-Rivière se interesó tanto por la medicina como por la política y la poesía. Inclinado a la psiquiatría dinámica y al psicoanálisis, se orientó hacia distintos modos de práctica grupal a partir de la creación de sus llamados grupos operativos. La tarea de los mismos era responder a las dos angustias fundamentales de la vida personal, social e institucional: los miedos básicos a la pérdida y al ataque. Por su enseñanza oral (conferencias, seminarios, cursos, clases magistrales) —más que por sus textos y escritos— ejerció un extraordinario poder de fascinación sobre sus alumnos, discípulos y contemporáneos. Son muchísimas las anécdotas que se cuentan de él; de las más entretenidas y pintorescas.
Dicen que era alucinante, fantástico; una especie de maestro zen que te cortaba al medio y luego te cosía; recién ahí su interlocutor advertía que había estado torcido toda su existencia. Algo así como: “por fin encontré el sentido de mi vida… ¡era para el otro lado!” Fue una especie de paradigma del freudismo de estas latitudes, pues pudo elaborar una enseñanza muy poco ortodoxa y entretejida por las más variadas y múltiples influencias. Pichon-Rivière fue el inventor de una tradición; ello como efecto de una red discursiva y de dispositivos técnicos, ya que siempre cumplió una función-autor en relación a la circulación de sus argumentos. Permanentemente postuló una articulación de conocimientos y saberes colectivos.
Su técnica de los grupos operativos crea las condiciones para que emerja en ellos ese discernir de impronta latinoamericana que fue devastado de manera sistemática por el epistemicidio colonial que bien conocemos. Dicha grupalidad recoge la tradición de las reuniones alrededor del fogón, en las cuales reinaban los relatos, los comentarios, las anécdotas y sobre todo los recuerdos. Se produce ese viraje que va del individuo al grupo, de lo intrapsíquico a lo interpersonal del vínculo, del psicoanálisis a la psicología social en una síntesis crítica y creativa. Y así pasar desde una didáctica de emergentes para el aprendizaje de pequeños colectivos hacia una política de emergentes para el mayúsculo cambio social planificado entre todos.
Para finalizar, aclaremos que Pichon sugería trabajar con el mayor recurso de nuestro continente, y tal vez el único confiable: los vínculos humanos, explorando todas las incorporaciones posibles en el campo de la reflexión y de la praxis. Creyó que la única adecuación válida es la adaptación activa a la realidad, porque la otra —la aceptación acrítica de normas y de valores— es sencillamente sometimiento. Nunca le interesó formar excelsos observadores de la cotidianeidad, sino profesionales capaces de ir en procura de la transformación de lo real. De allí que nuestra disciplina y profesión, la Psicología Social Argentina y Latinoamericana, no sea simplemente un cuerpo teórico cerrado y definitivo. La seguimos en la próxima entrega.

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