domingo, 7 de junio de 2015

CORNELIUS CASTORIADIS INSTITUCIONES (II)
Material de Osvaldo Bonano (Junio 2003)
El imaginario efectivo central
Vimos cuatro conceptos:
Imaginación.
Imaginario social.
Imaginario social radical.
Imaginario social efectivo.
Dentro del imaginario social efectivo está el imaginario efectivo central. Serían las significaciones más nucleares de una sociedad (ciudadano, democracia, ley, Derecho, mercado, dinero, etc.). En un conjunto potencialmente infinito de significaciones, que constituyen el imaginario efectivo de una sociedad, hay un núcleo que es lo que él llama el imaginario central.
Es importante esta discriminación. Por ejemplo, esta consigna que surgió en los últimos tiempos: “que se vayan todos”, estaba ahí no solo golpeando sobre lo instituido, sino sobre el aspecto central del imaginario efectivo. Porque, así es como yo lo entiendo, es: “que se vayan todos” de mi subjetividad; (no que dejen de estar en el Parlamento), que se vayan de mi subjetividad.
O sea, que es para mí que se plantea todo esto. Nos pasa a todos nosotros, aún en experiencias más micro, incluso familiares. Es cuando uno está esperando que se vayan todos, y en un momento siente que ya se fueron, y ya no le presta atención, y dejan de ser para uno lo que eran (los padres, o lo que sea). Es eso, es esa transformación subjetiva.
Que uno plantee que se vayan todos y uno sienta que ya se fueron, está afectando por ejemplo, a un elemento de la significación central de nuestra sociedad que es el problema de la delegación y de la representación. Dos cuestiones absolutamente centrales que nos tienen agarrados a todos sin que nos demos cuenta. La representación y la delegación son en la institución de la democracia Occidental, o del mundo moderno, el meollo, su corazón. Las “masas”, también es una significación del mundo moderno. Y hay toda una discusión acerca de qué son las masas, la teoría de Freud acerca de las masas o las teorías de Durkheim y las de los sociólogos de fines del siglo XIX. Pero en realidad, ya no son masas, son otra cosa. Los piqueteros no son masas, son otra cosa.
Lo que Castoriadis dice es que la clausura de las sociedades se ha roto en algunas oportunidades. Él plantea que la clausura del mundo de los imperios orientales antiguos se rompe en el momento en que se inventa la democracia. Era absolutamente insólito para el mundo de los imperios orientales esta cosa de que los hombres se podían gobernar a sí mismos a través de la deliberación en la plaza pública. Fue una ruptura muy fuerte. Pero además, no es que lo descubren, sino que literalmente lo inventan. Los hombres se pueden gobernar a sí mismos, a través del pensamiento, la reflexión, la deliberación y la discusión persuasiva, donde lo que importa no es la autoridad que alguien tiene (por el cargo que ostenta) sino la fuerza de sus argumentos: la polémica (situándonos, digamos, en el momento maduro de la democracia ateniense). Después había que ver si la construcción de algunos parámetros fundamentales vinculados con la libertad, etc., de un modo moderno no significan también una clausura del mundo medieval, de los Imperios, de los regímenes monárquicos, etc.
Por otro lado, se puede observar que esta (la filosofía de Castoriadis) es una filosofía optimista, que sostiene que realmente puede haber cosas nuevas y que además se puede (y se debe) hacer para la producción de hechos nuevos. Y en ese sentido es una muy buena superación de cierto encierro en que nos había dejado el pensamiento estructuralista, donde leer una situación es hacer una especie de inventario del funcionamiento de una estructura, dispositivos, maquinismos, que producen siempre lo mismo. Y entonces, parecía que la tarea de un analista consistía en describir cómo funciona la estructura, tomar conciencia del funcionamiento de una estructura, con la herencia, que en realidad proviene de otro núcleo filosófico, que son las filosofías críticas, que decían que del hecho de tomar conciencia se seguía naturalmente el cambio, bastaba con tomar conciencia de algo para que el cambio se produzca. Y nosotros somos los que hemos sufrido mil y una derrotas, por las cuales nos hemos pasado hacienda lecturas lúcidas del funcionamiento de las estructuras, esperando de que ese funcionamiento ocasionara el cambio (y me estoy refiriendo a cualquier operación dentro de la propia Psicología Social), de modo de que tomar en serio -aunque ya con otras palabras- el ser agente de cambio, implica mutar decisivamente de bases filosóficas. No es el análisis, la toma de conciencia, la herramienta universal para producir una alteración, o al menos para colaborar en producir una alteración. Pareciera que las alteraciones socio-históricas subjetivas se producen de otra manera completamente diferente a lo que describían las filosofías críticas, de las cuales tanto el psicoanálisis, como el marxismo, como el mismo pichonismo, se nutrieron.
El agotamiento del Estado-nación y la caída del sentido en las instituciones
Esto tiene que ver con una cierta apreciación del estado actual del histórico-social y de la subjetividad, en el sentido de que pareciera que estamos en medio de un proceso en el cual las formas subjetivas que nos constituyen, daría la sensación que no están en condiciones por si mismas de brindarnos modos de ser y de operar en un mundo que está viviendo un proceso de alteración y de modificación muy vertiginoso. Sobre todo, por el virtual agotamiento y puerilización, justamente Castoriadis diría de las instituciones centrales, o lo troncal, lo más grueso del imaginario efectivo, lo que él llama lo imaginario central.
Esto es particularmente visible en todo el proceso, que muchos autores llaman del agotamiento final e irreversible del Estado-nación, por un lado. Esto supone una serie de alteraciones muy fuertes en significaciones tales como el tiempo, la ley, el estatuto de la ley como regulador de las conductas y todo lo que hace a las formas de la política, de la relación política del ser humano con respecto a sus formas sociales.
Esto no es propiamente de Castoriadis, es más bien el desarrollo de otros autores. Es más, desde este ángulo (y esto es bastante difícil de pensar), también podríamos estar en un proceso donde lo que ya no rija, o ya no exista, sea la institución. Pero no esta o tal institución, sino la institución en general, al menos, eso que para nosotros es la institución.
Nosotros tenemos una meta-categoría también, que para nosotros cualquier forma social necesariamente es una institución. Hay una práctica equivalencia de una forma social con justamente lo más básico, lo más fundante de lo que es una institución, en el sentido de una red simbólica y funcional ratificada por las conductas y que en su despliegue produce, tanto la institución en su forma organizativa, como las subjetividades que en esa institución se producen y se reproducen todo el tiempo. Y es muy probable que estemos en una situación en donde tal vez se trate de poder desarrollar formas sociales que no sean instituciones, que tengan la característica, por ejemplo, de ser tal vez transitorias, puntuales, puramente situacionales, que no tengan ninguna posibilidad ni pretensión de duración, ni de permanencia, ni de continuidad.
Habría que retroceder un poco y plantear, primero, si los datos o los relevamientos de nuestra propia experiencia nos está de algún modo mostrando que esto que yo digo (en términos muy abstractos) es así. Cuando uno toma contacto con lo que pasa en los agrupamientos percibe este asunto de que hoy muchas veces los agrupamientos tienen la característica de ser un amontonamiento disperso, donde cada uno hace lo que le parece, dispone lo que quiere, no realiza lo que debe. Cada uno se representa y significa la escena institucional o grupal a su modo, sin que haya un mínimo común denominador entre todos (o la mayoría). Las reglas y normas que legislaban la vida de ese agrupamiento, sus tareas, sus efectos, están totalmente caídas y nadie las respeta. Pero nadie las respeta en el sentido más radical del término, es decir, nadie tiene una relación de asentimiento subjetivo con eso. Y no es la vieja cosa de las transgresiones (estando la ley, uno hace la trampita). No estoy hablando de la ley en el sentido de respeto a la ley penal o el código civil, sino la ley en el sentido de aquella regla que se nos impone a todos y que hace que cuyo respeto es una de las condiciones del estar juntos, pero una de las condiciones subjetivamente vigentes, no sometidamente aceptadas.
Esto es algo muy difícil de pensar para nosotros. Es ahí donde muchos de los conceptos, de las categorías, con las que hasta ahora pensábamos la realidad, parecen trastabillar. Sin ir más lejos y yendo al corazón de nuestro oficio, este asunto del grupo: ¿Es un conjunto restringido de personas, reunidas por constante de tiempo y espacio, que se fijan una tarea y se encaminan hacia su objetivo y que se organizan con múltiples procesos de distribución de roles y van construyendo la mutua representación interna? Esa es la definición de Pichon-Rivière. Pero el punto es que hay muchos agrupamientos en este momento en donde ni siquiera se cumple el proceso de que se constituyan realmente como grupo. Y esto es muy fuerte porque nos hace cuestionar a fondo hasta qué punto un organizador grupal, tal vez psicológico, como sería el de la mutua representación interna, de por sí tenga capacidad cohesiva para un agrupamiento.
En definitiva, esto nos lleva a pensar en qué es lo que hoy (o siempre) es capaz de producir un grupo, si por grupo (o agrupamiento) se entiende un conjunto relativamente delimitado de sujetos que tienen algún tipo de cohesión interna. Justamente, yo describí los estados de los agrupamientos en donde no hay ninguna cohesión interna. Y curiosamente no es porque allí no se hayan cumplido los procesos de mutua representación interna (porque tal vez se cumplieron). Pero, ¿por qué no hay cohesión interna? Porque han sido agotados, están destituidos, están caídos, todos los organizadores respecto de las significaciones sociales. No hay ninguna significación social, como la había en la época de las instituciones, que sea lo suficientemente hegemónica como para producir la cohesión de esos sujetos, en tanto sujetos que han sido producidos subjetivamente a través de dispositivos sociales. Porque lo que ha caído es el sentido de las instituciones.
Esto hace que un aula ya no sea un aula, un alumno ya no sea un alumno (al menos, no sea aquel alumno que alguna vez fue). Porque para que un alumno sea un alumno, tiene que tener una cierta relación con el saber, con la institución-Escuela y una cierta transferencia de saber o de autoridad al docente. Ahora, ¿cuándo? A la escuela ya no se va para aprender, al docente ya no se le transfiere ni saber ni autoridad y la significación vinculada con la escuela como el paso social donde uno o bien se socializa o bien aprende, etc., está justamente caída. Uno podría decir que a esta altura del asunto, alumnos propiamente no hay. Hay otra cosa. Y así uno podría ir relevando el estatuto de la subjetividad efectiva en cada uno de los agrupamientos, en cada una de las grandes instituciones sociales (educación, salud...) porque todo eso se ha ido trastornando. Por ejemplo, en la salud, el paciente ya no es paciente, es cliente. Ni siquiera es usuario de la institución pública, sino que también es un cliente.
Entonces, viene toda la cuestión. La globalización de las prácticas mercantiles y financieras ha tenido (o está teniendo) un efecto disolutorio de prácticamente todas las formas institucionales. Por lo tanto, de todas las formas subjetivas. No es esto un proceso que ya haya pasado, es un proceso en el que estamos profundamente metidos todos. Es un proceso mundial, aunque desde ya que habría que ver realidades distintas (cómo será esto en Oriente, en la India, lo cual no es poco decir porque hay muchos millones de habitantes que viven allá; sin ir más lejos, la India y China debe ser más de la mitad de la población mundial). Pero me estoy refiriendo a nuestro mundo, al mundo Occidental, el mundo en donde este proceso de mundialización de los mercados, de las costumbres, de los objetos, se ha constituido.
De todas las instituciones en las que se producían troncalmente los procesos de socialización y por lo tanto de constitución subjetiva (básicamente, familia, escuela, fábrica, después hospital, cárcel, etc.), todas esas instituciones en las cuales el sujeto hacía una especie de carrera (primero está con la familia, después pasa a la escuela, luego accede al trabajo y mientras tanto también ya tuvo su pasaje por la institución sanitaria, por la institución jurídica, etc.), en esta red de instituciones (cuando había red, cuando eso verdaderamente era una red) había una suerte de equivalencia general de todas las instituciones y el que coordinaba simbólicamente el conjunto de estas instituciones era necesariamente el Estado. El Estado (el Estado que está funcionando adentro del otro, no el gobierno o el Parlamento) era el que garantizaba, el que coordinaba, el simbólico de las distintas instituciones. Por otro lado, era el que distribuía y garantizaba los sentidos de esas instituciones (de cada una de ellas). Era el Estado el que aseguraba que justamente para formar parte los ciudadanos de un país como el nuestro, había organizado (se requería) un sistema de educación cuya inspiración fue justamente la de constituir una nación. Hay que recordar la claridad que tuvo la generación de 1880, el papel de Sarmiento respecto de la institución educativa en la conformación de un pueblo y de una nación (algo que después se replanteó con todo el problema de la inmigración) y el reclamo de constituir igualdad, igualdad ciudadana. El uso del guardapolvo blanco para todo el mundo, un solo lenguaje, una sola lengua, una sola bandera, un solo himno, un solo programa. Y el asunto de otras representaciones sociales vigentes efectivas centrales, como el progreso y el papel de la escuela, no solo como aquello que luego Foucault reveló como institución disciplinaria, el disciplinamiento de los sujetos y en torno por otro lado, de dispositivos claramente disciplinarios como las aulas, el recreo, los patios, la fila, la ceremonia de izar la bandera, bajar la bandera..... Son todos procedimientos claramente propios de una sociedad disciplinaria. Bueno, ese es el sentido de la educación.
Y el sentido de la salud, cuando surge el concepto de salud pública, en la medida que la salud pública, la salud del pueblo es un bien común a la nación. Entonces la salud, todo lo que sea la institución-salud tiene ese sentido. Y sus agentes (los médicos, los enfermeros, etc.) inscriben ese sentido en su subjetividad Como operadores de la institución. Y los que la usan también se inscriben en ese sentido. ¿Qué sucede cuando la salud ya no es un bien común público (de acuerdo a aquel famoso Informe del Banco Mundial, por el cual se van produciendo en todos los países que dependen de él la reestructuración del sector salud)? La salud pasa a ser un bien discrecional. ¿Qué quiere decir que es un bien discrecional? Que la salud mía es propia de mi interés individual. Por lo tanto, si yo quiero estar sano, tengo que hacerme cargo yo y pagar por eso. Entonces, ya no es un bien público, es un bien privado. Y eso no solo ocasiona que el Estado sólo tenga que hacerse cargo de aquellas cosas que el particular no consideraría como propio. Si yo no considero como propio una vacunación, entonces el Estado se va a tener que hacer cargo. Ahora, en la medida en que lo considero como propio, es un problema mío (y al Estado no le importa... Esto se puede ver en el status medio contradictorio de la vacunación en las medicinas prepagas: ¿lo cubren, desde el punto de vista económico? ¿O no lo reconocen? ¿Y por qué es eso? Si vos querés darte la vacuna contra la hepatitis B, anda y dátela (pero pagála vos), de hecho no es obligatoria.
Este cambio de significación representa un trastorno mayúsculo. Una cosa es que la salud pública sea un bien común y otra cosa es que ya no sea más un bien común. Entonces, no sólo que deja desprotegida a un montón de gente, que es lo más visible, sino que se queda totalmente descolocada esa institución con respecto a su sentido.
A mí me ha pasado mucho esto de trabajar en los hospitales. Por un lado, hay un asunto puntual y es que mucha gente trabaja gratuitamente, particularmente como es el caso de los psicólogos (y otros), que trabajan en los hospitales gratis hace muchos años y donde no aparece la menor perspectiva de que alguna vez consigan una renta. Eso, por un lado. Pero hubo una época cuando existía la salud pública como bien común y uno trabajaba en el hospital público y sostenía su trabajo, aún cuando no recibiera remuneración (o sostenía su trabajo recibiendo remuneración, pero con todas las dificultades que presenta ese trabajo o cualquier trabajo institucional), pero lo sostenía a partir de sentir que uno estaba colaborando con su tarea en el bien común, en este caso bajo la forma de la salud pública. Ahora, cuando te sacan eso (la idea de bien común, el sentido, lo que significa la salud pública), vos seguís trabajando y decís: “¿qué estoy haciendo yo acá? ¿Caridad? ¿Voluntariado?”. Hasta que llega un punto en el que uno se hace la gran pregunta: “¿O no seré yo un tonto?” A mí me ha pasado eso de trabajar con médicos en un servicio de Ontología, que están todo el tiempo con el tema de los cuadros graves que ahí aparecen y en un momento determinado decían que ellos no sabían si eran héroes o kamikazes.
No es poco este asunto de la caída del sentido que tiene para el sostén de la subjetividad. En cada institución va cayendo su sentido por caminos propios. Algo ha pasado con la educación. Algo ha sucedido con la salud. No hablemos de la relación que todos tenemos con la ley, porque el hecho de que sea tan evidente que la ley y la Justicia están en una emergencia absoluta, la vigencia de la impunidad y esta sensación tan difundida de que no hay nada que te proteja. La policía -que nos tiene que proteger- está más bien del lado del peligro, que de la seguridad. Los jueces, si uno no tiene dinero para asegurar un juicio, uno corre el riesgo de que no suceda nada.
Una de las formas justamente de la caída de la ley en las instituciones es este asunto de que los que no cumplen con su trabajo, no son castigados. Eso le pasaba a esos médicos (que yo di como ejemplo) que veían como había gente que venia a las 11:00 de la mañana y se iban a las 2:00 de la tarde sin hacer nada (y que pedían todas las licencias del caso, etc.). Y no sólo que algún tipo de castigo (como sanción administrativa, por ejemplo) era muy difícil de conseguir, sino que el jefe tampoco podía hacer nada con esta gente y terminaba exigiendo y criticando a los únicos que cumplían. Es como la DGI. La ausencia de castigo. Y está, por otro lado, la cuestión de los códigos de convivencia y de disciplina en las escuelas. Porque con este asunto de si se castiga o no se castiga, si no se castiga es peor...
Todo esto, tiene que ver entonces con la caída del Estado. La caída del Estado no quiere decir que De la Rúa se fugó de la Casa Rosada en helicóptero. La caída del Estado quiere decir que está cayendo el Estado acá, en este mismo lugar. Esto es una razón general.
Pero la otra razón, que tiene que ver con la pregunta que surgió en los grupos (ampliar aquello de poner en suspenso las matrices, los aprendizajes previos y la relación con el ECRO pichoniano, el 'pichonismo'), es que si realmente se participa y se empuja en un proceso de transformación, de alteración, cuando se produzca ese efecto de transformación y de alteración, uno va a ser otro que el que era. Y uno no puede ser otro que el que era, pensando lo mismo que antes. Porque entonces, ¿adónde está la transformación? Esto a nosotros nos pasaría como psicólogos sociales con respecto a nuestros saberes, conocimientos, etc., pero le sucedería a cualquiera que estudiara otra cosa o que se dedicara a otra práctica.
Algunos autores sostienen que hay dos palabras que son buenas para describir algunos rasgos centrales de lo que pasa en las subjetividades actuales y que son desolación y perplejidad. Desolación, con respecto a sentir de estar sin las garantías metapsíquicas y metasociales que uno ponía en algún lado. Perplejidad, porque para orientarnos en la situación tal como hoy es, ya no funcionan los parámetros de orientación que usábamos hasta ahora. El problema es cómo pensar operar en estas condiciones y que nuestra herramienta no sea una defensa de negación ante nuestra propia desolación y perplejidades, sino que esta herramienta sea algo capaz de trabajar en estas condiciones. No en otras que a nosotros nos gustaría que hubiera, o aquellas que hubo cuando nosotros éramos otros de los que somos ahora, o sea, cuando vivíamos en un mundo un tanto menos desolado y un tanto más organizado.
Aquí hay una cuestión filosa. Uno podría decir -muy sintéticamente- que una institución (o la institución, cualquiera que sea) es prácticamente equivalente de cohesión subjetiva. Ejemplo. Si realmente existe la institución-escuela, eso quiere decir que espontánea y naturalmente va a haber una cohesión subjetiva en torno a la escuela, sea uno docente, padre o alumno. En cualquier institución es lo mismo. En definitiva, estamos hablando de lo que los sociólogos llaman el lazo social, aquello que nos hace realmente ser integrantes todos de la misma sociedad. Porque en definitiva, ser integrantes todos de la misma sociedad, es -diría Durkheim- compartir representaciones sociales comunes, no necesariamente conscientes. A esto es lo que Castoriadis llama las significaciones imaginario-sociales.
La institución educativa la tomé como ejemplo. Me estoy refiriendo a la institución en su abstracción más general, sea la institución de educación, pero también la institución-maternidad, la institución-tiempo, etc. La institución relación tiempo-espacio, por ejemplo. El tiempo de la carta, o el tiempo del Progreso, o el tiempo de la espera, es un tiempo no natural, no es un tiempo del reloj, es un tiempo subjetival. Ahora, el tiempo en el cual una transacción telemática en Tokio deja inmediatamente fuera del mercado del trabajo a 200 millones de obreros del Tercer Mundo, eso... Por algo apareció en toda esta cosa del postmodernismo la cuestión de la fugacidad de la experiencia. Algunos autores (vinculado esto con los modos de la subjetivación y las subjetividades en relación a los medios, incluso esto tiene que ver con el lenguaje de los medios) hablan del vértigo monótono, que sería de algún modo el tiempo del vídeo clip. El video clip, muchos de ellos, no cuentan una historia. La imagen posterior sustituye a la anterior, sin que entre las dos se construya ningún orden de sentido. Por lo tanto, el tiempo ahí no es acumulativo, ni construye historias, ni elabora tramas. Pasa. Y lo que pasa es un vértigo monótono. La vida se nos va y nosotros estamos apresados y siendo algo así como un engranaje más de un vértigo monótono cada vez que tomamos el control remoto del televisor y empezamos a hacer zapping. Claro, también hay quien dice que en realidad uno hace zapping porque haciendo -zapping uno podía construir una especie de relato propio. Para mí, son macanas... En realidad, uno pasa por los 81 canales de la programación y no es que construye algo, simplemente pasa (y pasa, y pasa...). Tal vez uno sigue buscando porque tiene la esperanza de que en alguna de estas pantallas en vez de pasar algo, algo acontezca. Pero lo que sucede es que la mayor parte de las veces nunca empieza, sino pasa... ¡ese es otro tiempo!
Estoy hablando de la institución-tiempo (porque el tiempo también es una institución, es una institución imaginaria de la sociedad). El tiempo es otro. Y si antes, en la época en que se imponía la “voz de la revolución” había que acelerar los tiempos para que llegara antes la reforma social, el bienestar, la felicidad, y los sectores reaccionarios frenaban el tiempo y hablaban de la necesidad de la permanencia de las buenas tradiciones y las sanas costumbres. Hoy está todo al revés. Porque resulta que cuando los cambios son tan vertiginosos y tan sin sentido (los cambios, en el sentido de esta sucesión de pasar, de que nada acontece), pareciera que la única forma de que algo se organice es justamente establecer una pausa, un remanso, lentificar ese ritmo vertiginoso de la monotonía, donde todo pasa y nada queda.
Una de las versiones de la Psicología Social del pichonismo que habría necesariamente que revisar.
Y acá está la aventura del pensamiento que implica enfrentar estas condiciones y medir nuestras herramientas (desde la potencia que tienen) para operar en estas condiciones y no usar lo que sabemos, para defendernos de unas condiciones que no nos gustan. Yo creo que muchas veces tenemos la tendencia a refugiamos en un saber ya conocido y en pretender que ese saber nos cuide, nos proteja, de la incertidumbre, de la desolación, de la perplejidad. De todas esas cosas: “...Pichon ya lo dijo...”, “Pichon ya lo pensó...”, “Menos mal que tenemos la Psicología Social para estar en el mundo...”, “Porque si no tenemos la Psicología Social, ¿qué sería de nosotros?”. Ahí la Psicología Social (o cualquier otra cosa) obviamente, se transforma en una especie de religión defensiva.
Muchos dirán “si eso lo planteó Pichon!”. Lo que planteó Pichon en su momento, lo planteó en su momento! Por ejemplo, “Adaptación activa” es un paradigma en cuestión, hubo que corregirlo. Lo de “adaptación”, va, pero lo de “adaptación activa”, ahí hubo que agregarle unas cuantas cosas más... Igualmente, el paradigma de la adaptación es un paradigma pre-ecologista, porque una especie no se adapta al ambiente, una especie se desarrolla en conjunto con su ambiente. Por lo tanto, plantear que el sujeto tiene que adaptarse, ya es un concepto que a esta altura del asunto no sirve, no sirve en su matriz, en su estructura categorial. Por algo hubo que agregarle el adjetivo “activa”.
Otro concepto del pichonismo: “agente de cambio social planificado”. El cambio era progreso, sí era bueno (porque en el futuro estaba el progreso). Era la utopía propia de aquel momento. Pero resulta que pareciera que puede no ser así. Supongamos, el nazismo. También fue un cambio. Y bueno no fue. Y en este proceso de globalización y de cambios aceleradísimos de todas las formas técnicas y teóricas, la equivalencia indiscutible, intuitivamente soldada, entre cambio, progreso y lo bueno, ya no es.
En el nuevo (no tan nuevo) proceso de organización de la empresa moderna (como lo llaman los organizacionalistas) se plantea justamente un tipo de subjetividad enormemente plástica, que está muy entrenada en cambiar rápidamente, que tenga un enorme poder de adaptación activa. O sea, si la empresa está organizada de un modo, cuando la empresa cambia, es justo porque quiere un cambio no sólo de puestos, sino de formas de pensar. Cambia incluso, algunos rasgos subjetivos muy profundos. Este es el ideal actual. Eso, por un lado. Por otro lado, una cosa es aquel mundo en donde uno era minero y seguramente sus hijos, sus nietos, sus bisnietos, etc., también iban a ser mineros. Pero el mundo moderno inauguró la movida social ascendente (y descendente). Se establecía todo un camino y una forma para moverse. Yo soy un profesional universitario en Argentina, por ejemplo, para lo cual tuve que ir a la escuela primaria, la secundaria, etc. Después estaba aquella personalidad por la cual uno entraba a una empresa e hiciera la carrera o no la hiciera, podía estar toda la vida ahí. Por lo tanto, hay adaptaciones activas. Está muy cambiado todo eso. Ahora estamos en un mundo en el cual los requerimientos para integrarse son otros.
Hay un autor norteamericano que escribió un trabajo muy interesante donde estudia historias de vida. Analiza la vida de Enrico (padre) y Enrico (hijo). El padre fue una persona que trabajó como portero. El hijo era un hombre que se empleó en un sector de computación en varias empresas y un día tuvo que hacer un management de su propia carrera. A su vez, se muestra como un error de él (Enrico, hijo) en su trabajo deja todo lo suficientemente preparado para los despidos de muchas personas. La tesis de este autor es que esas personalidades construidas como para el cambio, incluso activas en el cambio, corroen el carácter. Es muy difícil saber qué es lo bueno en este momento.
Uno dice, ¿estará bien este asunto?, ¿Persisto en mi vocación? Yo quiero ser psicólogo, psicólogo social, pero ¿No tendré' que entrenarme más, por ejemplo, para poder tener un maxikiosco, digamos? Esta dificultad mía en hacer negocios y ganar dinero, ¿no será tal vez un defecto? Porque en este mundo cambiante hay que moverse... En realidad, los tipos que son capaces de hacer muy distintas cosas, a mí me producen admiración.
Necesitamos entender a fondo que lo que hay en el dominio histórico-social es creado por la imaginación radical colectiva (esto es lo que Castoriadis llama el imaginario de primer grado). Porque después, los imaginarios ya más específicos (la democracia, el Imperio, cualquiera de esas) los llama imaginarios de segundo grado. Pero el primer imaginario es este, el básico, en donde el dominio histórico-social es creación.
Si confundimos la pregunta estamos en problemas. No es ¿qué se puede hacer? Sino ¿qué estamos haciendo? ¿Qué estamos haciendo nosotros, todos, cualquiera, que estamos simultáneamente, reproduciendo lo instituido y creando lo no existente todavía?
La cuestión es que somos efecto o producto de un modo de subjetivación, que nos construyó sobre el polo de creer que la institución es lo que está afuera, la institución es lo que perdura, la institución es lo que tiene una especie de inercia mecánica. El pensamiento heredado, conjuntista identitario, con sus metacategorías de determineidad (en palabras de Castoriadis) no nos permitió darnos cuenta suficientemente de nuestro papel cotidiano en la creación del dominio histórico-social. Es el problema de la subjetividad propia del cartesianismo, de la oposición sujeto-objeto, de la entronización del saber como relación del sujeto con el mundo.
Quisiera retomar una cuestión anterior que quedó un poco pendiente. Si antes las instituciones eran lo que nos cohesionaba y nosotros creíamos que nos cohesionaba nada más que los vínculos psicológicos, darnos cuenta que la institución era lo que nos cohesionaba, ya es bastante. Yo creo que esto es una de las versiones de la Psicología Social del pichonismo que habría necesariamente que revisar. Creer que lo que nos cohesiona es el vínculo, si por vínculo encima se entiende la relación interpersonal (o interpsicológica), es una gruesa desviación psicologista.
En realidad, lo que nos cohesiona, en primer lugar, es la institución. O dicho en términos más técnicos (o más precisos), lo que nos cohesiona en primer lugar es la tarea, y esto está en la plataforma teórica de Pichon. Pero la tarea no es simplemente un elemento funcional al agrupamiento, la tarea siempre es una dimensión política. ¿Por qué? Porque la tarea está prescrita -y así es- por la institución. Y si está prescrita por la institución, quiere decir que nosotros, cuando cumplimos la tarea, en vez de ser "lo más grande que hay", somos (si ustedes prefieren llamarlo así), los sujetos más heterónomos, o sometidos, porque simplemente lo que estamos haciendo es siendo disciplinados sujetos de la institución. Con lo cual, decimos, que somos reproductores. Es decir, la tarea no la determina libremente el sujeto del agrupamiento. Los emergentes pueden estar marcando justamente las desviaciones (por algo son desviaciones) de la tarea. Y ahí viene una cuestión: ¿Qué hacen cuando aparece una desviación de la tarea, cuando realmente la tarea es inventada instituyentemente por el grupo y si además esa tarea (el quehacer efectivo) no coincide con lo que la institución espera de eso? ¿Cómo te ubicas ahí? ¿Jugas el partido por quién? ¿Con la institución? ¿O tomas partido por la libertad subjetiva del agrupamiento?
Si lo que nos cohesiona (o cohesionaba) es la institución y ahora ya no hay instituciones que nos cohesionen y si estamos juntos, pero dispersos, juntos físicamente, pero dispersos subjetivamente, anónimos, desordenados, desolados y perplejos, ¿qué es lo que nos puede cohesionar? Lo que nos puede cohesionar justamente es una posición de sujeto que decide. Por ejemplo, que esta es la tarea y que la vamos a hacer, pero que lo decida no porque vos adscribís a la tarea que alguien te dijo, sino porque en ese momento vos (con el otro) la inventas. Dicho esto, en el sentido más radical. Porque era fácil, en definitiva, la cuestión cuando la tarea ya estaba dada. Entonces, vos podías o aceptarla, o aceptarla un poquito y un poquito no, o ponerte en rebelde y decir que esto es una mierda y hacer lo contrario... Ahora, cuando no hay... Ahí es donde aparece justamente el punto inescindible de la posición del sujeto.
Yo participo de una asociación profesional que tiene muchos años de trayectoria. En este momento hay una crisis mayúscula. Hubo una serie de episodios que fueron marcando la crisis durante todo el tiempo. Por ejemplo, no se reúne la Comisión Directiva. Y sucedió durante muchos años (es una costumbre) que uno de los dos vicepresidentes era algo así como el heredero del poder anterior. Ese vice-presidente hace una lista (con su propio criterio) y esa es la próxima Comisión Directiva. El acto de elección de la próxima Comisión Directiva era algo sumamente formal, entre otras cosas, porque de 300 asociados votaban nada más que 24, que eran los socios titulares (y por eso los otros no votaban...). Toda una serie de cosas institucionales muy “interesantes”. Hasta que se armó flor de lío y ahora está todo dado vuelta. Se supone que hay un proceso en donde “habría” algo así como dos listas, o dos bandos. Lo genial del asunto es que estas dos cabezas (de lista), estas dos personas, cuando trataron de armar su (propia) lista no consiguieron armar la lista. No había gente disponible como para participar de esa lista. Y además, daría la impresión (según lo que me cuentan) que ni siquiera entre los dos candidatos podrían armar una sola lista. En el medio de todo eso, se empieza con la reforma del estatuto, para que puedan votar todos (y no sólo los 24 socios titulares). Además, los socios titulares, muchos de ellos ni siquiera están en esta agrupación, (ni van, ni les interesa). Entonces, ¿cómo hacer la reforma del estatuto? ¿Se hace antes o después de la elección? Hasta que al final se encontró una forma. Es una asociación sin fines de lucro. Entonces, viene el asunto. Si vos prestas un servicio y, por ejemplo, tenés un Departamento Asistencial, hubo un momento en que el Departamento Asistencial era solamente a los fines de la investigación. Pero ahora ya no es a los fines de la investigación, más bien, hay gente que trabaja ahí y aunque tengan un sueldo muy bajo, ganan. Y es más, comenzó a discutirse si la gente de la Comisión Directiva no tendría que cobrar algo, aunque sea viáticos. Porque todo el mundo dice “es mucho tiempo”, que “la situación actual”, que “para sostener a mi familia”. Entonces, ya queda muy poca gente como antes dispuesta a brindar su tiempo para el bien común de la sociedad. Y también empieza a ponerse en cuestión si la forma sociedad sin fines de lucro es una forma verdadera o es una forma mentirosa. Lo impresionante del asunto, es que todos los que están en esta asociación son todos expertos en esos temas, científicos, gente con obras publicadas, y que uno supone que saben demasiado del tema. Reunidos en asamblea, era como que nadie atinaba a decir nada... Uno decía una cosa e inmediatamente eso se caía y perdía sustento.
Bueno, así están las cosas. Nadie las quiere dirigir (a las instituciones), pero todos necesitan que esto siga existiendo. Los sentidos y objetivos que uno ponía en esa institución en otra época, hoy ya no se los tiene. Habría que poner otros, pero nadie sabe cuáles son. Yo mismo me digo: ¿yo estoy acá por el bien común o realmente estoy acá porque hago buenos contactos y eso me puede favorecer en mi trabajo? También pasa por esas cosas, para eso están también las instituciones. Uno no sabe, no llega a definir. Y esto es mucho más que lo que decía Discépolo, eso de la Biblia y el calefón.
En esas condiciones nosotros tenemos que operar. La institución debe saber del experto, en todo caso, del psicólogo social, que hace mucho que se viene cuestionando que no hay que ocupar el lugar del saber, que la transferencia del operador, todo eso..... Pero el tema es mucho más radical, porque realmente, vos vas a un lugar y ¿qué sabes? No es que uno ya sabe y todo listo. No. Es más, antes la transferencia era una condición de la eficacia del trabajo, es decir, cuando te transferían autoridad, saber (en el sentido de saber hacer), era una condición de la potencia del trabajo. Hoy es un obstáculo insalvable. Porque cada vez que te atribuyen cualquier cosa de estas, eso es un obstáculo brutalmente negativo para realmente armar una cohesión del agrupamiento que no sea en torno de eso. Se termina realmente ocultando una situación que efectivamente se debería tocar. Por eso algunos opinamos que allí donde antes había transferencia, ahora se trata de construir confianza. ¿Y confianza en qué? Confianza en que, en esta situación de perplejidad y desolación, vos vas a poder pensar con el otro ahí, lo que solo y en otro lugar no vas a poder pensar. Pensar juntos. Aquella vieja idea de Pichón que fue importante en su momento (y sigue siendo), lo de copensor.
Estoy planteando que de lo que se trata es de construir un nosotros que no parta de un sentimiento de pertenencia a una institución, sino construir un nosotros situacional con esos que están ahí y en función de lo que ahí se invente, como problema común y como emergencia de lo que sea para constituir un grupo. Eso, en primer lugar, es el molde más avanzado del proceso de disolución de la cohesión institucional.
Una cosa es desordenar un orden, que ese desordenamiento de un orden sea productivo (digo esto por lo de la consigna clásica de la intervención institucional, que la institución tal como está, con su rigidez y sus formalismos, la condición para una operación mínimamente eficaz es justamente que se desordene ese orden que había). Otra cosa, es crear un orden donde no hay ninguno (aunque aparentemente lo haya), si por orden entendemos una cohesión subjetiva de sentido de los integrantes del agrupamiento y alguna normatividad o regla o ley que le sea propia, sobre todo la de la autonomía (y no sobre todo la de la heteronomía, ese sujetarse a la ley como un tercero simbólico), sino crear la ley entre ellos, que sea una ley que realmente rija subjetivamente.
Esto afecta a algunas creencias muy fuertes del mundo psi, que es esta cuestión de hacer una serie de equivalencias entre el Edipo, el padre, la ley y el orden. En su versión sofisticada, más depurada, se trata del tercero como ley simbólica, en el cual los PSI estarían perdidos, no sabrían cómo ubicarse en el mundo. El problema de eso es que el tercero como ley simbólica se parece demasiado al Estado. Y acá' la cuestión no es que exista un tercero como ley simbólica, sino que se cree una normatividad inherente entre los dos que están ahí (cuando digo dos, dos son lugares lógicos, sin tres). La verdad es que en el pensamiento judeo-cristiano pensar un mundo que no esté ordenado por el número tres, es un poco complicado, pero ¿no será un mito y una creencia que tendríamos que abandonar (revestido todo esto de "saber científico") cuando se plantea como tercero simbólico, el lugar del padre, el padre muerto, el padre ausente, la cuestión paternal, todas esas cosas propias del psicoanálisis? Está en revisión eso también.
La última cuestión. El problema de lo que actualmente está sucediendo tiene mucho que ver con este asunto de la caída de las instituciones y que son los procesos de expulsión. Hay una cosa visible que es la expulsión del mercado laboral. No exclusión ni marginalidad. Expulsión, la construcción creciente de una cantidad porcentual muy grande de personas, de humanos, (por ahora son humanos, van a dejar de serlo rápidamente) que no son necesarios. Si no son necesarios, ahí hay otro concepto que está todo el tiempo sobre nuestras cabezas, que es la noción de superfluidad. Uno es superfluo. Antes, uno era necesario. El esclavo era necesario. El proletario era necesario. El explotado era necesario. La organización del mundo moderno, vinculado con el modo y los mecanismos del capitalismo, determinó que las poblaciones fuesen necesarias. Es más, el Tercer Mundo era necesario como fuente de materias primas para el desarrollo del Primer Mundo.
Estamos entrando en una fase en la que hay muchas cosas que antes eran necesarias y ahora no lo son. Entonces, entra el plano subjetivo en la cuestión, por la lógica de la superfluidad. Vos ya no sos necesario para el otro, por lo tanto, no sos viable para vos mismo. No sos ni viable ni posible, en la medida en que no sos necesario para el otro. La condición humana es así, vos tenes que ser necesario para el otro para ser posible para vos mismo. Digamos, un bebé, si no fuese necesario para su entorno, no va ser posible para sí, se va a morir, el famoso marasmo..... Todos estamos en este momento al borde de la superfluidad. Seguramente cualquiera de nosotros puede registrar en sí esa sensación de que no nos necesitan, de que nadie precisa de tus servicios, de tu saber hacer. Yo estoy seguro que todos los que estamos acá figuramos en alguna base de datos: una cuenta bancaria, algún crédito, en el informe VERAZ, (aunque sea como moroso, pero bueno, pertenecemos). Ahora, aquel que todavía no ingresó... le queda esa fantasía de EL GRAN HERMANO.
Esto hace a la condición de la subjetividad contemporánea, no la subjetividad de ellos (que son los expulsados), a la subjetividad de todos, esta cuestión de la superfluidad. Y ahí es donde, para no ser superfluos, tenemos que inventarnos en cada momento con el otro que tenemos al lado, cada vez, frenando el tiempo, estableciendo una pausa, un remanso, pudiendo conversar y armando algo con el otro sin ninguna institución que nos de el ser ni nos proteja. Esa sería lo que hoy es un proceso de subjetivación. Es ahí donde uno se da cuenta que no es "agente de nada", uno es uno más. Tal vez, con la ventaja (tal vez) que algunas de las herramientas que nosotros (los psicólogos sociales) hemos manejado históricamente sean buenas y propicias para armar este tipo de espacio amable, espacio de conversación, espacio de instaurar al otro como aquel con el que se puede pensar para ser, no para hacer una tarea, simplemente para ser. Seguramente que muchos de los saber-haceres que tenemos desde hace mucho tiempo los psicólogos sociales van a ser bastante apropiados para este tipo de dispositivo. Claro, siempre y cuando nosotros también estemos dispuestos a formar parte de ese dispositivo y no del dispositivo del experto que va con su saber a hacerles ver a los otros la tarea.

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